
¿Valen más las vidas de diez estadounidenses que las de mil afganos? Porque al parecer las guerras imperialistas se plantean desde el supuesto de que los invasores-libertadores, por abanderar la causa de una supuesta libertad que les legitima para atacar sin escrúpulos a quienes para su desgracia no atinan a saber cómo ser libres por sí mismos, poseen una dosis de humanidad muy superior a los invadidos, que ocupan un grado sensiblemente inferior en el escalafón de los derechos humanos, de manera que además de padecer el yugo de sus propios gobernantes deben soportar un pisoteo indiscriminado de los libertadores por el simple hecho de constituir un grupo humano de categoría inferior; es decir, que son doblemente pisoteados por una cuestión de nacimiento que sólo tiene que ver con el azar. Han nacido en el lugar y el momento equivocado, y su religión no está de moda. Esta situación no es sólo de nuestro tiempo, y a lo largo de la historia se ha repetido hasta la saciedad, siempre para mayor gloria del imperio de turno y para desgracia de los demás. ¿Habrá un final para este despropósito histórico? Creo que no.
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