Sólo cuando me acerco la lámpara refulge. Trato de acortar distancias con mi mano y el resplandor ilumina la habitación como si fuesen carnavales. Me asusto entonces y la voy retirando con cautela, mientras contemplo cómo la luz languidece y el metal de lo que parece una lámpara de aceite adquiere su brillo habitual, más bien opaco a la incierta luz de la luna mediada que trata de inundar, sin conseguirlo, mi habitación. La encontré en una escombrera y enseguida me cautivó. No sabría decir el porqué. Tal vez su forma trabajada por el más hábil de los orfebres –aunque yo de arte, ni flores-, o quizá su destello igual que un sollozo, o incluso su posible valor monetario. El caso es que me la traje a casa y aquí lleva tres días. Ella encima de la mesa del comedor; yo, sentado en una silla siempre a su alcance, como si temiera que fuese a desaparecer, o que me la robaran como por arte de magia. Y la duda, y el miedo.¿Qué hacer? Es sin duda un caso de hechizo, de embrujamiento. No puedo dejar de custodiar a la lámpara, de separarme de ella un minuto; tampoco, desde que sé lo que sé, tocarla, frotarla, acariciarla, como me impulsa un íntimo deseo. Así que de algún modo esta noche será la definitiva, y sabré algo acerca de mi lámpara, porque no como, ni bebo, ni me muevo de esta silla desde hace tres días, desde que la rescaté de su destino inmundo e innoble, ¿o no?, ¿era tal vez el que le estaba predestinado? Y yo lo desbaraté, como he hecho con mi vida entera desde que tengo memoria. Pero no, la lámpara me llamó, estoy seguro, de una forma extraña me llamó. Me pertenecía, yo era, debía ser su siguiente dueño, era mi destino; y el suyo. Saqué fuerzas de donde no las suponía y estiré del todo el brazo, y froté con ternura infinita la superficie de la lámpara durante varios minutos. Nada sucedió entonces. Hoy me arrepiento, no sabéis hasta qué punto.
Parece que el mundo presenta indicios de cambio, lo que siempre es una buena noticia a la vista del rumbo que lleva desde que los humanos lo dirigen –con alarmante férrea mano y escaso juicio desde la revolución industrial del siglo XVIII, para poner coordenadas y centrar nuestro momento histórico-. Las elecciones primarias que se celebran en los Estados Unidos son fiel reflejo de dicho cambio. ¿Una mujer y un negro con opciones de alcanzar la presidencia? Atónito estoy, no doy crédito, alobado, vamos. Aunque parece que el voto latino pesa más que en otras ocasiones, no creo que sea razón suficiente para explicar este hecho. Algo visceral está sufriendo una transformación en el seno de la sociedad norteamericana, que es decir la civilización occidental. Y ese algo a lo mejor no será conocido hasta que el tiempo y los exegetas de la historia pongan los puntos sobre las íes del actual panorama sociológico; y a lo mejor eso puede demorarse decenios, tal vez siglos. De momento no puedo d
Comentarios
Saludos, estupendo texto