Desde que leí a los psicólogos constructivistas de la escuela de Palo Alto soy capaz de compaginar mi necesidad de escribir con mi desgana para hacerlo sin el menor remordimiento y sin sentir que vivo una contradicción. Hay necesidades tan radicales que si una no las satisface muere, por ejemplo comer, dormir o ver un ratito a Zapatero en la tele; se trata de necesidades vitales de, valga la redundancia, primera necesidad. Otras son en cambio relativas y se manifiestan de modo lateral o tangencial; tales son las del espíritu, como por ejemplo escribir, coleccionar sellos o asesinar en serie. Estas últimas exigencias dimanan de nuestro más íntimo ‘yo’ y no satisfacerlas siempre produce un desasosiego en el alma, pero admiten postergaciones, a menos que uno sea un egoísta de tomo y lomo, como lo son casi todos los niños, algunos deficientes y los españoles, que exigimos a Zapatero acciones y no lirismo. Es por ello que, en mi caso, sentir la llamada de la pluma -no me malinterpreten, por favor- y hacer oídos sordos es todo uno, lo que me ocasionaba no pocos dolores de cabeza por sentir que faltaba el respeto a mi destino natural. Pero, como he dicho, los constructivistas me han revelado que el único sentido posible de la vida es el sentido común, del que nadie me puede acusar de poseer siquiera una pizca, así que mi conciencia se mantiene calmada y mi pluma inactiva por mucho que se desgañite mi contumaz aunque huidiza musa, que a modo de Pepito Grillo, se empeña sin éxito en llevar a cabo armada de razones lo que mi difunto padre conseguía en un santiamén con un par de hostias. Ahora, libre por desgracia de la contundencia académica de mi progenitor, deambulo cada día con mayor descaro por soporíferas regiones de ángeles asexuados y musarañas que se obstinan en mantener en secreto lo que son, con el impreciso propósito de poner algún día manos a la obra y solucionar esta crisis que me atenaza y que me pasará factura por mucho que yo me niegue a ver lo evidente; igualito que Zapatero.
Transcribo el prólogo de la autobiografía del filósofo Bertrand Russell escrito por él mismo: PARA QUÉ HE VIVIDO
Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación. He buscado el amor, primero, porque conduce al éxtasis, un éxtasis tan grande, que a menudo hubiera sacrificado el resto de mi existencia por unas horas de este gozo. Lo he buscado, en segundo lugar, porque alivia la soledad,esa terrible soledad en que una conciencia trémula se asoma al borde del mundo para otear el frío e insondable abismo sin vida. Lo he buscado, finalmente, porque en la unión del amor he visto, en una miniatura místicala visión anticipada del cielo que han que han imaginado santos y poetas. Esto era lo que buscaba, y, aunque pudiera parecer demasiado bueno para esta vida humana, esto es lo que -al fin...
Comentarios
Un saludo
Un abrazo, ya escribí no hace mucho que frente a la pereza solo nos queda la vanidad
Un saludo.